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viernes
miércoles
24 de octubre de 2012
Los males que me acompañaban me siguen persiguiendo allá donde vaya, el
mal no está en el exterior, no es ajeno a mi ser, soy yo la que incumple
y deshace todo lo que se propone, a veces creo, o me parece vislumbra
un matiz de cordura, que todo se arreglará y voy a cambiar, pero la
incapacidad de mantener mi palabra me obliga a estar insatisfecha con
mis hechos.
09 de octubre de 2012
Ayer fue mi primer día trabajando en el taller, y fue maravilloso. Me
sentí completa y realizada, era como si todo este tiempo, todo, me
hubiese estado llevando hacia ese preciso intante en el que me volvía a
encontrar la materia.
Tengo un poco de miedo porque no se si lo que puedo llegar a hacer va a
valer la pena, si el resultado final va a tener movimiento y cabida.
Pero bueno, como siempre digo, mientras camino hago, así que lo seguiré
intentando mientras pueda.
Los hombres de traje tuneados.
29 de agosto de 2012
El
atajo de teclados Ctrl+Z ha hecho mucho daño en la condición humana,
cuántas veces hemos deseado extrapolar ese movimiento de dedos a nuestra
rutina sin resultado ninguno.
Recuerdo
cuando estudiaba diseño de interiores, que como consecuencia de pasar
horas y horas y horas frente al ordenador con el autocad, cuando salía a
la calle iba tecleando en mi mente todos mis movimientos, ya no se
cuales eran esos pasos, pero si que me obsesionaba no ser capaz de
abandonar la visión de la pantalla en mi vida cotidiana.
Con
el Control Zeta es distinto, es más un deseo. Quisieras volver a atrás
cuando cometes errores, deseas retroceder hasta el preciso instante en
el que ese error te dejó en evidencia o hizo que él se fuese para no
volver.
El
hecho de no tener la capacidad para borrar aquello que hicimos mal, o
que simplemente no hicimos como hubiesemos deseado, hace que la mayoría
de las ocasiones nos contengamos, no hagamos, no caminemos y no
desarrollemos proyectos ni cuadros, tenemos miedo a no estar a la
altura, y que quede en evidencia el borrón, la mancha de haber errado.
El
miedo nos deja paralizados, el miedo nos aprieta contra el suelo y nos
deja con la duda de cómo hubiese sido si hubiésemos emprendido ese
viaje.
Velázquez
no tenía miedo al error, movía y modificaba sus cuadros una y otra vez,
sabía que al final saldría aquello que andaba buscando, que aparecería
antes o después la genialidad por la que hoy reconocemos su obra.
El
pentimento hoy no sólo sirve para demostrar autorías de artistas, que
en su virtud de humanos, se equivocaron o arrepintieron, sino que además
sirve para demostrarnos una vez más que rectificar es de sabios, o de humanos.
En mi caso, la necesidad de negar lo que ha costado mucho tiempo de elaboración, es el adelanto a la posibilidad del fracaso.
27 de agosto de 2012
Los
recuerdos se vuelven difusos con la distancia. Aunque haya cosas que
nos empeñemos en no olvidar, el pasar de los años, la acumulación de
sucesos y de nuevas memorias hace que lo que un día fue nuestra razón de
ser, ahora sólo sea un vano entorno de ojos con sucesión de imágenes.
Han
pasado ya 13 años, y en estos 13 años he repasado una y otra vez los
trazados y colores de todo aquello. Una vez más, un viaje del que
guardas puntos en el camino.
Aun así,
aunque de ese recuerdo sólo guardemos una imagen, esa imagen se
convierte en nuestra obsesión. Aquellas imágenes se convirtieron en mi
obsesión.
Alguna
vez he conseguido trazarlos, pero siempre le daba al freno cuando
juntaba más de 10 líneas.
Cuando dibujo, siento lo que dibujo, a cada
chorro de tinta evoco lo que trato de conjugar, y en este caso, o por el
dolor o por el placer, no podía seguir. Pero creo que ha llegado el
momento, creo que estoy preparada, y sobretodo creo que vale la pena que
lo deje inmortalizado, que el tiempo no me borre más de aquello, que se
convierta en pieza, que tenga el espacio que merece, que de tan adentro
surja lo que siempre ha estado adormecido.
Lo amaba, lo amaba como se ama aquello que no se puede tener, aquello que con un simple olor te desnuda y estremece.
Lo
deseaba, aquello era más fuerte que yo, mi cuerpo palpitaba al tenerle
cerca.
Él
tenía 8 años más que yo y era mi monitor, yo había cumplido los 17 y
tenía el mundo por delante para agarrarlo y tragármelo, y él estaba
ahí, haciendo realidad todos los sueños que volaban por mi cabeza de un
futuro esperanzador, recordándome a cada segundo todo lo que podía llegar
a ser, todo lo que me esperaba si seguía mi camino. Me perdí, la salida quedó demasiado lejos y en el intento fracasé.
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