Aun así,
aunque de ese recuerdo sólo guardemos una imagen, esa imagen se
convierte en nuestra obsesión. Aquellas imágenes se convirtieron en mi
obsesión.
Alguna
vez he conseguido trazarlos, pero siempre le daba al freno cuando
juntaba más de 10 líneas.
Cuando dibujo, siento lo que dibujo, a cada
chorro de tinta evoco lo que trato de conjugar, y en este caso, o por el
dolor o por el placer, no podía seguir. Pero creo que ha llegado el
momento, creo que estoy preparada, y sobretodo creo que vale la pena que
lo deje inmortalizado, que el tiempo no me borre más de aquello, que se
convierta en pieza, que tenga el espacio que merece, que de tan adentro
surja lo que siempre ha estado adormecido.
Lo amaba, lo amaba como se ama aquello que no se puede tener, aquello que con un simple olor te desnuda y estremece.
Lo
deseaba, aquello era más fuerte que yo, mi cuerpo palpitaba al tenerle
cerca.
Él
tenía 8 años más que yo y era mi monitor, yo había cumplido los 17 y
tenía el mundo por delante para agarrarlo y tragármelo, y él estaba
ahí, haciendo realidad todos los sueños que volaban por mi cabeza de un
futuro esperanzador, recordándome a cada segundo todo lo que podía llegar
a ser, todo lo que me esperaba si seguía mi camino. Me perdí, la salida quedó demasiado lejos y en el intento fracasé.
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